Así , ando últimamente, en esta ciudad y sus
laberintos. No hay quien sepa a donde llevan sus calles, ni siquiera con un mapa
ni a veces con un GPS. Extrañamente, no siento lo que teme la mayoría de la
gente en un lugar desconocido, esa punzada en el estomago al descubrir que no se
sabe donde se está, ni si se va por el buen camino, ni entiende uno lo que dice
la gente ni lo entienden a uno.
Ya me he acostumbrado de tal forma, que ahora me
duermo en los taxis. El tráfico intenso, el mal estado de las calles llenas de
baches, las maniobras de los coches y el runrún del motor y de la musiquilla
tailandesa de fondo, tienen sobre mí un efecto soporífero que no puedo
controlar. Me subo al taxi, doy la dirección en tailandés si puedo y cuando creo
que me han entendido, apoyo la cabeza en el respaldo y ahí me quedo. Suelo caer
en un sueño profundo escondida detrás de mis gafas de sol para que el taxista
no sospeche y me dé aun más vueltas. De vez en cuando, abro un ojo y miro a mi
alrededor para ver si reconozco algo. En la mayoría de los casos, no tengo ni
idea, solo que sé que estoy en Bangkok.
Pero me da igual, tarde o temprano,
llego, así que para qué me voy a preocupar....
Bangkok, 20 de Enero 2011
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