Volvió a ocurrir.
En el momento
menos esperado, esta vez en plena calle. Mi olfato lo reconoció a la primera
bocanada de aire. Volví la cabeza instintivamente y supe que provenía
de debajo de la cortina metálica de una tienda abandonada desde hacia tiempo. Me
detuve un momento a mirar. Las tinieblas que percibí dentro del local siempre lo
acompañaron. Lo que a otros inspira recelo y hasta miedo, a mi me sigue llenando
de embriaguez. El olor a tierra húmeda
me transporta años atrás, de cuclillas,
escondida en un rincón para que nadie me
encuentre. He cerrado detrás de mí, la
única puerta del sótano y mis ojos se acostumbran poco a poco a la oscuridad.
Distingo en un rincón, el montón de carbón almacenado que alimenta cada
invierno, la chimenea del comedor de la
casa de mis abuelos. Es tan alto que llega hasta la única ventana a ras de suelo
por la que entra una tenue luz. Mis
manos tocan la tierra húmeda y siento el
frio que se desprende. Me quedo allí olfateando como un animal, hasta que oigo
voces que me buscan y salgo de mi escondite. No entiendo porque me gusta tanto ese lugar
que podría ser terrorífico para
cualquier niña de mi edad. Pero es mi lugar secreto y vuelvo a él en cuanto los
demás se despistan. Pasaron muchos años y lo olvide,
hasta que volvió a aparecer en la esquina de una ciudad y extrañamente, me
produjo la misma sensación de paz y de bienestar.
Valencia, 18 de Mayo 2010
Valencia, 18 de Mayo 2010
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